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RESEÑA: Ghostbusters: Afterlife

Una belleza de película que cumple lo que promete y mucho más… ojo, Hollywood… ya te quedaste sin ideas; está bien.

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¿Cuál es el mayor problema de la humanidad en estos tiempos? ¡Claro! ¡Ponerse de acuerdo! Sobre todo las brechas generacionales. Todos somos una bola de mensos peleándonos por cosas que ya no nos corresponden.

-Que si los centennials están moviendo la cola de más, que si los rucos son unos cerrados de la cabeza… – en el entretenimiento las cosas están igual: es muy complicado hacer un consenso. Pero afortunadamente «Cazafantasmas: El Legado» es uno de esos pocos proyectos que lo logra. Y conste que primero se tuvieron que poner de acuerdo un boomer (Ivan Reitman) y su hijo (Jason Reitman), un Gen X. para continuar con la genética proyectada. Sin exagerar: La nueva película de los gasbásters es, quizás, una de las mejores amalgamas que hemos visto en cuanto a cine fantástico y secuelas tardadas.

¿De qué trata esta vaina? Todo comienza con la mudanza de una familia de tres rumbo a un pueblito desconocido para reclamar la herencia del abuelo incómodo, que consta de una casa fantasmagóricamente fea y de lo que hay en su interior. Callie (Carrie Coon) y sus hijos Trevor (Finn Wolfhard) y Phoebe (Mckenna Grace) tienen que aprender a sobrevivir en ese lugar lleno de misterios, donde nadie conoce nada del abuelo muerto, pero todos lo ubicaban como «El Siembratierras». Un tipo loco.

Es aquí, en medio de minas abandonadas y de un sitio donde parece no pasar el tiempo cuando las cosas se comienzan a poner más pesadas que en el Nueva York de los 80; a una escala menor por ser un pueblucho desértico, pero a punto del apocalipsis. ¿A quién van a llamar para detenerlos? ¡Hey! Los pinshis cazafantasmas ya llevan 30 años fuera de servicio; es más, los niños ni los conocen. Entonces hay que buscarle la forma ¿no? Sobre todo cuando tu abuelo guardaba cachivaches extraños, entre ellos trampas clásicas chifladoras y mochilas de protones vaciladoras.

Trasladar a los fantasmas a un lugar desolado en vez de a la gran ciudad es un gran acierto: la película se siente más íntima y las relaciones entre los protagonistas, incluyendo el personaje de #PaulRudd, un maestro sustituto, son más creíbles aunque parezcan un mal capítulo de sitcom. Aquí la fuerza de la trama recae sobre la pequeña Phoebe, que es una niña cabroncita y con el IQ suficiente como para ponérsele punk a los chocarreros y contar los peores chistes que hemos visto en una cinta… pero a propósito. Ya los verán.

Los personajes secundarios son entrañables, como «Podcast» (Logan Kim) que es de esos niños que quieres zapear al principio por tetos, pero termina cayéndote chingón. Los efectos tienen lo suyo: prácticos, animatronics y CGI. Una combinación perfecta para la amalgama que hice al principio.

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Contrario a «Las Cazafantasmas», aquí la inclusión va por el camino más lógico y correcto: la herencia. El legado, pues. Y es lo que se siente cuando te das cuenta que padre e hijo hicieron un trabajazo para mantenernos entretenidos y hasta, por algunos momentos, superar a sus predecesoras. Esta película es también de esas raras que la van a disfrutar desde los chamacos de chichi (nasierto, a esos no los metan al cine, no sean palurdos)… ejem*… desde los chamacos de primaria hasta los abuelos. Te trae a la nueva generación de un modo orgánico y emocionante, pero también te envuelve en una nostalgia tan funcional que ni siquiera tuvieron que utilizar la cancioncita clásica de Ray Parker Jr. hasta el mero final. Ni fue necesaria.

Una belleza de película que cumple lo que promete y mucho más… ojo, Hollywood… ya te quedaste sin ideas; está bien. Pero ojalá así hicieras todos los refritos. La volveré a ver y ya quiero la secuela.

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